jueves, 30 de junio de 2011

De vuelta a la jungla

En vista de que la anterior jornada no se había dado nada mal, volví a repetir, pero esta vez acompañado por mi amigo Antonio.
De camino al río pude ver los "efectos" de la noche de San Juan. Es costumbre quitar los portales de las casas y colgarlos o colocarlos a una cierta distancia del punto original. Lo malo es que a veces esto no se cumple y los portales terminan en los lugares más distantes e insospechados.Comenzamos en la zona intermareal y los resultados no se hicieron esperar.
Con un poco de suerte podíamos sacar algún reo, pues la vez anterior me había quedado con las ganas.El avance por el río era más lento que pescando uno sólo, pues repartíamos las tiradas y parábamos a menudo para comentar las distintas incidencias.Como yo ya conocía el itinerario a seguir, teníamos una ventaja a la hora de movernos por la orilla. Todavía tenía presente el esfuerzo que tuve que hacer, para acceder a algunas zonas, la vez anterior.Y vadeando con tranquilidad, llegamos a un tramo en el que las zarzas dominaban las orillas.
Aprovechamos para sacar alguna rama que obstaculizaba en el cauce, pues entre los dos, la tarea se hacía menos pesada. Esto nos facilitará la pesca en visitas posteriores.En el lugar en el que había avistado un buen reo la vez anterior, no llegué a mirar pez alguno.
Sin embargo, un poco más adelante logré engañar a otra trucha.Un viento frío comenzó a agitar las hojas de alisos y sauces. La temperatura quizás era baja para la época del año en la que nos encontrábamos y lo cierto es que llegué a pasar frío por momentos.A media mañana la actividad de las truchas cesó, y sólo hubo algunas picadas que no se llegaron a materializar a causa de los saltos y cabriolas de las truchas.Hubo una ocasión en la que la cucharilla de mi compañero portaba una especie de mucosidad. Pensé que debía ser un tipo de organismo similar a un alga, aunque visto de cerca incluso parecían los huevos de algún anfibio.
En la primera ocasión en la que pude observar a los rayos de sol asomando por encima de las montañas, me detuve para que el astro rey me proporcionase algo de calor, pues tenía las manos bastante frías.
Y poco después ya pudimos sentir la calidez del sol irradiando sobre nuestras cabezas. Fue una sensación muy reconfortante, por lo que me animó a seguir con fuerzas renovadas.Como ya se aproximaba la hora de marcharnos, apuramos los últimos lances en el río.
Para ganar algo de tiempo optamos por volver caminando por la carretera, puesto que si emprendíamos el regreso por el camino recorrido, nos demoraríamos demasiado.
La jornada fue una sombra de la anterior, pero igualmente disfrutamos con los momentos vividos.

sábado, 25 de junio de 2011

Pescando en la jungla

Me levanto temprano para ir a pescar a un río en el que no ponía los pies desde hacía tres años. El motivo principal era que la última vez que había ido, las orillas estaban impracticables.
Comencé pescando en la zona intermareal, donde mújoles, truchas y algún reo comparten hábitat.
Con las primeras luces capturé esta trucha que se defendió como sólo las truchas de estas zonas suelen hacer: con una bravura descomunal.El río se presentaba bajo y cuando una trucha emprendía la persecución tras el señuelo, el cuerpo de esta generaba una perturbación que delataba la talla y la posición del pez.
Era algo así como cuando la aleta dorsal de un tiburón asoma por encima de la superficie del agua, pero en este caso el pez era mucho menos temible jejejeDisfruté de lo lindo con estas estelas generadas por los cuerpos de las truchas, pues hay que tener la sangre fría para no adelantarse a los acontecimientos.
Supongo que muchos pescadores de truchas han visto como una trucha se dirigía hacia su señuelo y en el momento de clavar, se precipitan y le quitan literalmente el engaño de la boca.
Y de esta manera fui sacando truchas a buen ritmo.Por encima de una pequeña cascada engañé a otra trucha, que respondió al ofrecimiento de una pequeña cucharilla negra.
A estas alturas de temporada me gusta hacer uso de colores naturales, donde destacan el negro, el dorado y el cobreado. También uso alguna cucharilla zincada, ya que la plateada me resulta demasiado brillante (salvo que se le oscurezca la pala con la llama de un mechero o cerilla).Cuando el río se me presentó de esta manera, pensé: -Ahora ya sé porque hacía tiempo que no venía por aquí.
En estos casos sólo me preocupa la integridad del vadeador, por lo que busqué un palo y comencé a abrirme paso entre la maleza.
Avanzando con el agua muy cerca del pecho, logré llegar a una zona en la que pude dejar las tareas de limpieza.
El reto ahora era mucho mayor. Una enorme rama de sauce se había caído en el cauce y las zarzas habían colonizado los intersticios de esta. Tocaba salir del río y buscar algún lugar por el que avanzar.La zona por la que me movía era similar a una ciénaga y la vegetación eran tan espesa que sólo podía intuír donde pisaba.
Busqué con ahínco una salida, pero finalmente tuve que abrirme paso hasta una carretera, para así poder pasar al otro lado.
La señal de 50 de la fotografía me indicaba la proximidad de la vía, pero tuve que aplastar algunas zarzas para acceder al firme de la calzada.Atravesé la carretera y esto fue lo que me encontré del otro lado.
En cualquier momento podía aparecer Tarzán con Chita. Y lo cierto es que no me sorprendería jejeje.
Tras un rato de angustia buscando nuevamente el cauce, logré visualizar por fin el río.
Después de acceder a este, tras un breve respiro, retomé de nuevo la pesca.Las orillas seguían pareciendo una selva, pero mientras el río fuera vadeable, yo no tenía nada de qué preocuparme.
Tuve que volver a salir del cauce y reencontrame con la maleza acechando por todas direcciones, pero junto a unos pequeños olmos, pude regresar al río.
Bajé con cautela pues estaba en una zona en la que antaño había capturado reos y en la que se solían divisar buenos ejemplares.
La casualidad quiso que en uno de los lances, un ejemplar de este salmónido migrador persiguiera mi señuelo, pero con la mala fortuna de quedarme sin espacio para prolongar la recogida. El reo se giró y permaneció estático a unos metros delante de mí.
Cuando reanudé la marcha, el pez huyó como una exhalación.Unos metros más arriba, otra trucha sucumbió a la cucharilla presentada bajo unas zarzas.
Con tanta maleza en las orillas, existían múltiples lugares en los que se podían encontrar las truchas, y sólo haciendo un barrido minucioso, podía hacerme con alguna pintona.Otras se encontraban cobijadas bajo las rocas de los márgenes. Digamos que la experiencia te dicta los lugares más propicios en los que ofrecer el engaño.Esta trucha salió de su escondite, bajo la rama de un laurel, para tomar el engaño. El ataque fue fulminante y la sombra de los árboles me permitieron ver la escena con todo lujo de detalle.Alternado el vadeo y la caminata, fui capturando truchas a lo largo del río, hasta llegar a un nuevo punto caliente.
La salida de un arroyo aportaba agua fresca y oxigenada a las aguas paradas de este tramo. Aquí también tenía engañado a algún reo en otras ocasiones, por lo que procedí con suma cautela.
Lancé justo por encima de la salida del arroyo y entonces se produjo la picada.
Por la potencia del ejemplar, supuse que se trataría de un reo, pero una vez en la mano me di cuenta de que me equivocaba. Se trataba de una trucha de complexión robusta y muy clara, que tras ser observada y fotografiada, volvió al agua.Las zarzas y ortigas fueron dando paso a los grandes helechos, en las orillas del río.
Esto se agradecía a la hora de salir del cauce, pero ahora la luz del sol se asomaba hasta la superficie del agua, provocando molestos brillos. Y por desgracia no me había traído las gafas polarizadas ...Traté de darle la espalda al astro rey, buscando la orientación óptima, para así poder divisar las evoluciones del señuelo.
Y así se siguieron sucediendo las capturas. Pero la tranquilidad ya duraba demasiado y el río volvía a estar oculto tras un entramado vegetal de distintas especies.
Con algunos rasguños en los brazos, logré abrirme paso y alcanzar zonas más despejadas.Llegué a un pequeño pozo en el que vertía sus aguas un pequeño arroyo.
En apenas un metro de recorrido engañé a esta trucha. En el siguiente lance picó otra, pero una cabriola le proporcionó la ventaja suficiente para soltarse. Y colocándome a la izquierda lancé hacia el arroyo, sin embargo no hubo respuesta.
Al avanzar pude comprobar que una trucha salía justo del lugar en el que había efectuado el lance. Entonces pensé: -Esa sabía latín jejeje.Ya me aproximaba a la zona en la que finalizaría la jornada y aquí el río era más transitable.
Observé varios alisos secos a lo largo del cauce. Estas betuláceas, cuyas raíces sirven de cobijo a los múltiples moradores del río, dejan huérfanas de sombra a las orillas que durante años gozaron de su favor.En los últimos metros de la jornada, me enfrenté a un fantasma del pasado, pues aquí perdí un reo de gran porte. Mi juventud me aconsejó sacarlo lo más rápido posible, pero si algún día se repite la escena, la experiencia será mi consejera y la sacadera mi aliada.Volví sobre mis pasos hasta el punto de partida.
Con la claridad del día pude observar a los mújoles comiendo plácidamente en el fondo del río. Estos peces suelen dar bastantes sustos cuando la luz es tenue, ya que el roce de la línea con sus cuerpos suele propiciar su huida en estampida.

Al final la jornada se hizo dura, pero muy satisfactoria en cuanto a capturas. Y yo me quedo con la segunda parte.

martes, 21 de junio de 2011

El último del Miño

Desde hace años había oído hablar de las bondades de este río, pero nunca me había acercado a pescarlo.
El Tamuxe es el último río que aporta sus aguas al padre Miño, antes de que este muera en el mar. Y hace unos días tocó por fin acercarse hasta sus orillas. Lo único que jugaba en nuestra contra fue el hecho de que la temporada había comenzado mes y medio atrás, por lo que ya se le habían quitado muchas truchas. Sin embargo, nuestra intención era meramente exploradora.Y nada más llegar caminamos a lo largo de una orilla, escrutando con la vista cada corriente y pozo. Pudimos observar algunas bogas, pero también truchas de tamaño medio.
El tramo elegido estaba enclavado en la parte baja del río. Nos fuimos a la búsqueda de un lugar en el que comenzar a pescar y así fue como llegamos a este bello paraje.
Observé unas grandes siluetas e instantáneamente me di cuenta de que eran mújoles, pues el agua hacía el recorrido a la inversa por acción de la marea.
Ya que estábamos cerca de la desembocadura, nos fuimos un poco más arriba, y así llegamos a un buen lugar en el que comenzar.El caudal en invierno debe ser muy abundante, pues varios de sus meandros están reconstruidos con rocas y troncos. El concienzudo estaquillado a base de sauces, proporcionará una mayor solidez en el futuro.Bajando con cuidado por los troncos, nos metimos en el agua. En los primeros lances, Antonio enganchó su señuelo en una rama, por lo que me tocó probar suerte en el mismo lugar.
Y con un lance preciso salió la primera de la tarde. La librea era similar a la de otras truchas que habitan en la parte baja de otros ríos.A continuación había un pozo en el que se miraban bastantes truchas, pero eran muy reacias a picar, si bien alguna atacó nuestros señuelos.
Vadeando con cautela avanzamos río arriba y entre las ramas de un árbol caído tuve nuevas picadas.Algo que me llamó la atención del río, fue que se alternaban pozos profundos y zonas con corrientes de escasa profundidad. Nada fácil para pescar, pero esto no nos desanimó.En las zonas de grava fina observé algunos nidos de lamprea. Y es que este es el primer río que se encuentran las lampreas que remontan por el Miño. Sin duda, ya es un punto a favor del río, pues este es un bien cada vez más escaso.Otro enganche de mi compañero propició que sacase otra trucha, bajo las ramas de un aliso, al comienzo de un nuevo pozo. Este no se podía vadear, así que tocó salir del río para caminar un rato.
Desde las altas orillas, se veía con total nitidez la persecución que las truchas hacían tras nuestros señuelos, pero la clavada desde esta posición era otro cantar.En sus orillas me encontré con eucaliptos de gran diámetro y altura, por lo que deduje que aquí también deben de llevar tiempo plantados.
Las orillas eran bastante fáciles de andar, por lo pensé que será un destino privilegiado para los pescadores con ciertos problemas de movilidad o edad avanzada.Al final del pozo, Antonio pudo capturar una trucha que no paraba de mostrarnos su bravura. Supongo que este cauce no ha conocido nunca lo que es una repoblación, pues pude comprobar que las truchas eran muy astutas y bravas.Por fin volvimos a ver la luz del sol, después de un buen rato bajo la exuberante vegetación de las orillas.
Las cebadas eran constantes y a un ritmo contínuo, por lo que había que sopesar la opción de montar el aparejo de mosca ahogada.
Sin embargo Antonio logró hacerse con otra truchilla, que no dudó en atacar la cucharilla. (Me ha quedado un pareado jejeje)
Como queríamos explorar un tramo de río mayor, seguimos pescando con la cucharilla, pues con este señuelo se puede prospectar una masa de agua mayor en menos tiempo.
Ahora nos topamos con varios pozos de cierta entidad y alguno de ellos imposible de vadear.Desde las orillas íbamos realizando lances en las zonas más prometedoras, pero sin resultados.
Al final de la tabla se percibía nuevamente la luz solar, por lo que podíamos encontrarnos con otras truchas comiendo en superficie.Y así fue. Decidimos utilizar la mosca ahogada para cubrir el trecho final.
Le expliqué como realizar un buen aparejo de moscas, ya que la buena realización de los nudos escogidos nos proporcionarán fiabilidad y menos enredos.
Nos encontramos con truchas cebándose nuevamente, pero ninguna sucumbió al engaño.
Y así llegamos hasta un antiquísimo puente hecho con losas de piedra, en el que decidimos poner punto y final a la jornada.De camino al coche pasamos junto a los campos en los que se recolecta un auténtico manjar de esta zona (además del vino): Los mirabeles.
Para los que queráis saber un poco más de este exquisito producto: Mirabel, el sol de Rosal.
Es una pena que la producción en fresco esté limitada al entorno de esta zona, pues he de decir que consumirlo en fresco es una delicia para el paladar.

viernes, 17 de junio de 2011

Ampliando horizontes

Hace unos días, Antonio y yo nos fuimos a la aventura por la provincia de Ourense, con la intención de pescar en el tramo libre de algún río.Durante la travesía por la sierra de O Suído, contemplamos gran cantidad de parques eólicos. Estos grandes aerogeneradores aprovechan un bien abundante en la zona, y si bien el impacto visual es claro, creo que son preferibles a las minicentrales, ya que los primeros llevan riqueza a los lugares en los que se ubican.
Los grupos de caballos pacen a sus anchas en estos montes, por lo que es necesario extremar las precauciones en la conducción, si no se quiere llevar un susto.Elegimos un cauce de cierta entidad. Cuando me asomé al río desde el puente, divisé una trucha de algo más de medio kilo, que se apresuró a colocarse bajo una roca sumergida.
La visión del pez me animó mucho, pero la desconfianza con la que respondió, me indicaba que la cosa no sería fácil.Comenzamos justo bajo el puente, después de ejecutar una bajada un tanto dificultosa.
Pudimos comprobar que junto a las truchas había pequeños grupos de bogas, que se movían sin rumbo aparente.
Estas zonas de rápidos poco profundos, nos valdrían para comprobar la dificultad del tramo elegido.En esta tabla somera tuve la primera picada. Fue desmesuradamente sutil, por lo que deduje que la cosa sería bastante difícil en cuanto al uso de las cucharillas.
Le propuse a Antonio avanzar un poco más con estos señuelos y si en algún momento se veían cebadas, cambiaríamos de técnica y usaríamos un aparejo de mosca ahogada.Una vez prospectadas las pequeñas corrientes, llegamos a una gran tabla. La pudimos vadear momentáneamente, pero después hubo que salir hacia una orilla, pues la profundidad aumentaba exponencialmente a cada paso.
Casi en la cabecera de la gran tabla, contemplamos una enorme cebada, lo que delataba la posición de un buen ejemplar. En ese momento tomé un saltamontes que se mantenía aferrado al tallo de una gramínea y me preparé para realizar un experimento, con el que pretendía conocer la predisposición del ejemplar para comer. La cercanía del lugar donde se había cebado, unido a la envergadura del ortóptero, me permitieron lanzarlo con precisión. La caída en el agua provocó una perturbación ... Antonio y yo observábamos con detenimiento ... no había transcurrido ni un segundo desde que el saltamontes había tocado el agua, cuando la cabeza del salmónido rompió la tensión superficial de esta ... tomó el insecto con total naturalidad y se lo llevó presurosa hacia la negrura del fondo. A pesar de ser un experimento que realizo a menudo, en zonas remansadas y flanqueadas por prados, me llamó la atención la velocidad con la que se llevó a cabo el ataque.
Fue entonces cuando decidimos montar los aparejos de mosca ahogada.La elección fue la acertada, ya que bastó un pequeño espacio de tiempo para engañar a esta trucha de bello colorido. En cuanto se hundió el buldo, clavé con decisión, pues el anzuelo estaba desprovisto de la muerte. El contacto a través del fino hilo fue constante y la captura pudo llegar a mi mano, previamente mojada.
Tras una breve contemplación del ejemplar, este recuperó la libertad y se perdió bajo una gran roca.Los brillantes reflejos tornaron el agua en níquel y con esta panorámica, las cebadas se comenzaron a suceder. La única pega era que estas se producían en zonas de aguas muy paradas y la deriva de las moscas se hacía eterna.
¡¡ Si tuviera la caña de mosca ... !!Antonio probaba fortuna en la orilla opuesta, pero en estas condiciones lo teníamos todo en contra. Sólo con el descenso del sol, ampliaríamos nuestras posibilidades, ya que a menor intensidad lumínica, menor probabilidad de detectar el engaño.Una leve brisa comenzó a soplar en el valle y ahora las hojas de alisos, sauces, fresnos y abedules, parecían darnos la bienvenida.
Desde mi posición localicé una senda por la que salir del río, pero antes intentaríamos engañar alguna entre los pasillos que había entre la vegetación.
Las dos picadas que tuve no se materializaron. La vivacidad de ambos ejemplares propiciaron su liberación, tras desprenderse con facilidad del anzuelo.

Volvimos al punto de partida, con la intención de pescar con la mosca ahogada en el tramo inicial, pero el desenlace fue el mismo que con las anteriores.
Con las últimas luces de la tarde nos despedimos del lugar, con la promesa de volver en breve.