El pasado sábado sufrí un percance mientras preparaba algo relacionado con la pesca, que ya os contaré.
El caso es que un buen corte echó a bajo mis planes iniciales, por lo que el domingo (día de mi cumpleaños) me fui con Adrián y Pablo a intentar engañar alguna lubina.
NOTA: Ahora ya soy miembro honorífico del "Club del Dedo Maldito", al que ya pertenecen Ander (ver enlace) y Yago (ver enlace).
Al poco de llegar, el corte volvió a sangrar, pero el dolor se hacía llevadero con cada bocanada de aire cargado de yodo.
Sólo debía extremar un poco las precauciones a la hora de moverme por las piedras.
Pablo comenzó en una zona de aguas batidas, en las que podía salir alguna pieza, si bien las aguas estaban muy claras, como está siendo habitual este verano.
Adrián y yo estuvimos un buen rato probando suerte con los vinilos, pero las picadas no llegaban.
Cambiamos de postura un par de veces, antes de irnos un poco más lejos.
Decidimos probar suerte en otra zona, así que tocaba andar un buen trecho por la costa.
De camino, descubrimos una "furna", que es una gruta por la que el mar entra en la tierra, con una apertura por la que el agua sale pulverizada al golpear con el fondo de esta.
Y claro, quise fotografiarla desde abajo, a pesar de tener el dedo delicado.
Mientras bajaba, me di cuenta de la dimensión de esta. Una maravilla que el mar ha ido horadando lentamente durante años.
Cuando por fin llegamos al nuevo emplazamiento, me adelanté para probar con un pez artificial. Tras un par de lances, me desplacé hacia una roca en la que mis compañeros se encontraban.
Fue llegar, lanzar y tras una breve persecución, una lubina se quedó prendida de mi artificial.
Tuve que sujetarla con mucho cuidado, para no lastimarla a ella, ni tampoco mi dedo.
Tras liberarla, volvimos a cambiar de lugar. Esta vez probaríamos en una zona de rocas en la que el mar golpeaba más fuerte, con la esperanza de que entre la espuma se encontrase alguna lubina mayor.
De camino entre los tojos, nos topamos con una araña tigre que aguardaba paciente en su telaraña cubierta de rocío, a que alguna presa quedase a merced de su voluntad.
Evitamos tocar la telaraña y proseguimos andando hasta las rocas.
Durante la bajada hacia el mar, estuve a punto de resbalar. Me di cuenta entonces, que la suela de una de mis botas se había despegado.
El lugar parecía propicio y estuvimos un buen rato intentándolo. Un par de olas estuvieron a punto de alcanzarnos, pero estábamos atentos a la evolución del mar.
Al final nos retiramos en vista de que ya no había muchas más opciones con el sol en lo alto.
Las vistas a nuestras espaldas eran una delicia.
Quizás la próxima vez, tengamos que madrugar un poco más. En días con las aguas tan claras, la oscuridad puede ser una buena aliada.
De camino a casa, paramos en un bar próximo. Al entrar advertimos la presencia de otros pescadores en una mesa. Y entre ellos se encontraba Fernando Dominguez, conocido artesano de señuelos artificiales.
De camino a casa, paramos en un bar próximo. Al entrar advertimos la presencia de otros pescadores en una mesa. Y entre ellos se encontraba Fernando Dominguez, conocido artesano de señuelos artificiales.