Este año está empeñado en proporcionarnos grandes dosis de agua y frío, y no por este orden, precisamente.
El caso es que los ríos todavía discurren con mucho caudal y hay que buscar pequeños arroyos o zonas altas de los cauces más importantes.
Después de un mal arranque de temporada en uno de los muchos embalses gallegos, me apunté a una jornada de pesca con el amigo Luis, en un pequeño cauce que apenas conocemos.
Nada más llegar, la zona intermareal ofrecía una bella estampa y ya estábamos pensando en la posibilidad de capturar algún reo que se encontrase por el lugar.
Vadeamos toda la tabla sin divisar actividad alguna, sin embargo, en un puente próximo estuvimos a punto de inaugurar el marcador de capturas.
Pero la picada junto al puente fue un espejismo, pues caminamos un buen trecho sin divisar pez alguno.
Menos mal que el maravilloso entorno animaba a seguir ascendiendo por el cauce.
Los molinos desvencijados eran testigos mudos de nuestras ganas por capturar alguno de los moradores del río y sus rocas habrían presenciado más de una aventura de pesca en este paraje.
Hubo que seguir vadeando y caminando por la orilla, pues no teníamos pensado rendirnos fácilmente.
Un riachuelo tan bello y limpio, no podía decepcionarnos.
Llegamos a un pozo del que podría surgir la primera captura de la jornada.
Al acercarnos, divisamos una silueta en el fondo, y que parecía ser una trucha.
Y efectivamente lo era. Una trucha que por su estado, llevaba poco tiempo muerta.
Tras un breve reconocimiento, nos vino a la cabeza la idea que que pudiera haber sido a causa de algún vertido, aunque el río parecía discurrir con absoluta pulcritud.
Un poco más arriba, Luis se hacía con la primera trucha de la jornada y poco después con una segunda.
Truchas de escaso porte, pero tan bellas como sólo las truchas pueden ser.
Mientras mi compañero hablaba por el móvil, yo capturé la primera trucha de esta temporada. Al igual que las anteriores, con una librea de variados colores.
Varios lances después pude hacerme con otra pintona, pero esta supo como librarse con facilidad.
Proseguimos caminando y así llegamos a una zona más agradecida para las piernas.
Aquí comenzaron a salir algunas truchas más. El tamaño era escaso, pero al tratarse de un río tan accesible, tampoco nos sorprendió.
Mientras desanzuelaba una nueva captura, Luis ya estaba con otra pieza prendida de su cucharilla.
La caminata ya había merecido la pena. Unos parajes magníficos y unas truchas que nos proporcionaron momentos agradables.
La luz comenzaba a disminuir de intensidad, por lo que era el momento de retirarse. Las buenas comunicaciones del lugar, nos facilitaron mucho el regreso. De camino hubo tiempo para revivir cada uno de los lances de la jornada y pedir que las lluvias remitan, para poder visitar ríos de mayor entidad.