Salgo de madrugada, en dirección norte. El día promete buenas sensaciones.
Tras una hora de trayecto, me reuno con Manel. Juntos nos vamos al puerto donde nos esperan el resto de expedicionarios: Vicente que irá con Manel, junto a Miguelito y Miguel con los que iré yo.
De camino al pesquero, nos recibe una lluvia cada vez más intensa. Tras posicionarnos en el lugar elegido, yo me tumbo en el camarote a la espera de que mis compañeros capturen algún pez.
Hay alguna actividad pero las doradas no dan la cara, así que continúo a la espera de que cese la lluvia, pues carecía de ropa de aguas y no tenía intención de llevarme una sobervia mojadura.
Al fin la lluvia da una tregua y monto el equipo para comenzar a pescar. El primer lance tiene como resultado una picada que me dejó el anzuelo limpio. Poco después de lanzar por segunda vez, nos llegan buenas noticias de Vicente y Manel, los cuales había capturado un par de doradas majas, así que optamos por cambiar de lugar.
En el nuevo emplazamiento, las picadas no se hacen esperar, y Miguel captura la primera dorada de la embarcación. Poco después, clava otro pez que también parece ser una dorada de escaso porte, sin embargo, cuando la miramos platear bajo el agua, nos percatamos que es un buen ejemplar. Entonces el pez comenzó a tirar con fuerza, demostrando su poderío.
Una breve lucha permite que la dorada entre en la sacadera, pero esta se rompe al levantarla y se va al agua, pero con la línea y el anzuelo sujetándola todavía. Al final logré echarla a bordo, con lo que quedaba de la sacadera. Se trataba de un ejemplar excelente, por lo que la euforia reinó en la embarcación.
Lo llamativo del espárido es que tenía una malformación en el pedúnculo de la aleta caudal, la cual le había impedido un desarrollo normal de esta, que además presentaba la falta de un trozo de la parte superior.
El día ponía muchas caras mientras proseguíamos pescando, pero se mantenía sin liberar agua sobre nuestras cabezas.
Mi caña mostró el signo inequívoco de la picada de una dorada, así que en un instante ya me estaba batiendo con uno de estos espáridos. La mala fortuna quiso que cuando ya estaba bastante cerca de la embarcación, esta se liberase al romper el terminal. No había tiempo para lamentos, así que volvimos a lanzar nuestros cebos al agua.
Tras un rato sin actividad, las picadas comenzaron a ser muy distintas a las de las doradas. Quizás algún espárido de escaso tamaño. El caso es que al final pude hacerme con dos de esos peces. Eran lubinas de pequeño porte, las que mordisqueaban repetidamente nuestros cebos, dejando los anzuelos limpios en muchos casos.
Con la mañana avanzada y sin cebo para proseguir la pesca, izamos el ancla y pusimos rumbo a puerto.
Vicente quiso posar con los dos mejores ejemplares de la jornada.
En esta instantánea se puede apreciar el escaso tamaño de la aleta caudal de la mayor de las dos.
Una vez en el puerto, la mayor de las doradas levantó expectación por parte de algunas personas que allí se encontraban. Supongo que en parte es porque las de piscifactoría las comercializan con mucho menos tamaño y porque sus colores son mucho menos vistosos.
Miguel, el afortunado de la jornada, también quiso posar con las dos piezas mayores.
Después nos fuimos hasta el bar del puerto a reponer fuerzas, pues la mañana había sido un tanto dura en cuanto a la climatología se refiere.
Así pusimos punto y final a otra jornada tras las esquivas doradas.