Madrugué un poco para amanecer al pie del agua. Durante el descenso por el valle, me sorprendió la niebla. Se intuían las montañas más altas, pero abajo la visión sería escasa.
Una vez en el lugar, monté el equipo y me dispuse a afrontar la jornada en ausencia del sol, si bien quedaba poco para que sus rayos se abrieran paso entre la bruma.
Las temperaturas ya se habían desplomado bastante, sin embargo intentaría hacerme con algún black bass.
El caso es que pude divisar algunos orillados, así que me dispuse a tentarlos.
Los primeros minutos fueron infructuosos y pensé en un bolo mayúsculo. ¡¡No hacían caso!!
Fui desplegando todo mi arsenal, hasta que llegué a un cangrejo montado con un pequeño jig.
Con este montaje, hasta alguno gordo hacía caso, si bien se mostraba reacio a escasos centímetros de él.
A pesar de ello, algunos ejemplares jóvenes fueron animando la mañana.
Me aventuré por la orilla sin ponerme el vadeador. Cuando tenía los pies húmedos volví sobre mis pasos al punto de partida y seguí con el cangrejo.
Es un acierto llevar un equipo ligero, ya que se disfrutan mucho más.
El último de todos los que saqué era de mayor porte, así que me entretuve tomando algunas instantáneas cuando ya lo tenía bajo control.
Y ciertamente me proporcionó alguna imagen interesante.
A pesar de la insistencia, los peces se fueron moviendo hacia aguas más profundas, por lo que cambié de escenario.
En la nueva ubicación saqué dos peces más con una lombriz de vinilo, si bien mi objetivo era encontrar escenarios para el próximo año.
De camino a casa, a veces me paro a contemplar la belleza del padre Miño. Un río que a pesar de todo el mal que le han hecho los embalses, se las arregla para mostrar todo su esplendor.