Cuando uno sale de casa y pone rumbo a su zona de pesca, no suele pensar en que vaya a ocurrir nada malo, sin embargo, el destino a veces nos recuerda que existe la posibilidad de sufrir un percance.
No hace mucho,
Alex sufrió un accidente muy aparatoso, del que todavía hoy se está recuperando.
Y a mi mente llega el recuerdo del fatídico día en el que
Maxi (Gomolas) perdió la vida practicando una afición tan sana como la pesca.
Lo que voy a relataros no es tan preocupante como los casos anteriores, pero servirá de recordatorio para que seamos conscientes que donde uno menos se lo espera, puede sufrir un accidente.
En esta ocasión nos juntamos Luis, Antonio, Bullma y yo. Llegábamos al río con las primeras luces, abriéndonos paso entre la maleza de la orilla. La recompensa a tan difícil travesía, era el poder disfrutar de una jornada en las aguas del Miño.
Cuando vamos a esta zona, regulada por un embalse, siempre tenemos presente la posibilidad de la subida repentina del caudal, por lo que cada poco tiempo nos fijamos en la orilla, por si el agua comienza a aumentar de nivel.
La mañana transcurría con normalidad. Mis compañeros habían capturado algunas pintonas y yo hice lo mismo en medio de una fuerte corriente. Fui acercando la trucha hasta mi posición y la sujeté con la mano. Esta se sacudió y se precipitó hacia el agua, con tan mala suerte que el anzuelo se clavó en uno de mis dedos. Por fortuna, se trataba de un anzuelo sin muerte de pequeño tamaño. Con un leve gesto pude liberarme de este, por lo que no me lamenté de lo sucedido.
Moviéndome por la orilla, llegué hasta la posición de Luis. Entonces me percaté de que tenía el chaleco manchado de sangre, al igual que su oreja derecha.
El pincho de una zarza se le había clavado en un capilar del pabellón auditivo, lo cual provocó que la sangre brotase. Tras extraer el pincho, las plaquetas ya habían detenido la hemorragia, así que se quedó en algo anecdótico.
Continuamos con la pesca y tocaba rehacer alguno de los montajes, mientras Bullma se entretenía con una rama que había recogido sobre los cantos rodados.
Momentos antes, Bullma había sido arrastrada por la corriente, ya que ella no tiene la capacidad de vadeo que tenemos nosotros. Y es que a esta incansable perrita, no le gusta estar muy lejos de su amo, salvo que haya percibido los efluvios de algún corzo o jabalí.
El frío estaba haciendo mella en nuestros cuerpos, ya que la temperatura del agua es baja en esta época y la brisa que acompañaba a la mañana era gélida de verdad.
La única manera de mantener el frío a raya, era no permanecer estáticos durante demasiado tiempo.
Por la tarde, Antonio se ausentó, así que Luis y yo nos fuimos a un nuevo escenario, en compañía de Bullma. La presencia de gran cantidad de cantos rodados, cubiertos de un fino limo, ralentizaba nuestra marcha.
Luis logró clavar dos truchas en una zona de aguas tumultuosas, y puesto que me encontraba a cierta distancia, no me acerqué para tomar unas instantáneas.
Al poco de reanudar la marcha, sufrí un resbalón, por lo que mi cuerpo se golpeó contra las rocas, junto con mi caña. La cerámica de la anilla de punta se desprendió del bastidor, aunque sin llegar a quebrarse, lo cual fue una suerte.
Mi cuerpo ligeramente magullado, no me dio señales de que algo grave hubiera sucedido, por lo que seguí a lo mío.
Luis se había aventurado por una de las muchas
pesqueiras que hay a lo largo del río. La dificultad del paso, junto con la fuerte corriente, hizo que Bullma aguardase resignada, con su cara reposando sobre el mullido musgo que tapizaba la roca en la que se encontraba.
En la distancia divisé que algo rompía la superficie del agua. Inicialmente pensé en un pez, pero al comprobar que se repetía con una frecuencia muy corta, me llamó la atención. Me acerqué a comprobar de qué se trataba, y así fue como descubrí que aquel animal era una nutria.
Estuvo un buen rato ejecutando ese curioso movimiento, y fue mi presencia la que hizo que se descolgara corriente abajo, buscando cobijo en la orilla opuesta,
Cuando me disponía a retomar la pesca, escuché unos gritos. La cabeza y los brazos de Luis asomaban por detrás de las rocas de una de las pesqueiras. Acudí raudo aunque con precaución. Cuando llegué a su lado, me dijo que la fuerte corriente lo había arrastrado. El bastón de vadeo se torció por la fuerza ejercida por mi compañero, dado que se había introducido entre dos rocas.
Estaba empapado por completo. En ese momento su primera preocupación era el móvil, ya que se había mojado a causa de la caída.
Como pudo, Luis me fue pasando la caña, el chaleco y el teléfono, hasta despojarse de todo aquello que le molestaba para volver a la orilla.
La corriente que nos separaba era muy fuerte, así que sugerí que se agarrase a una piedra, mientras yo sostenía el bastón, a modo de barandilla.
De esta manera pudo salir airoso y recuperar la tranquilidad.
Tras lo acontecido, ya sólo nos quedaba buscar una senda a través del bosque, para volver a casa y cambiar la ropa mojada por una seca.
Esta jornada me recordó una vez más, que somos vulnerables ante los contratiempos, por lo que siempre recomendaré ser cautos en cada salida. De esta manera siempre desearemos volver pronto a practicar este bello deporte que es la pesca.