lunes, 15 de septiembre de 2014

Oro y plata (Doradas y lubinas)

Salgo de madrugada, en dirección norte. El día promete buenas sensaciones.
Tras una hora de trayecto, me reuno con Manel. Juntos nos vamos al puerto donde nos esperan el resto de expedicionarios: Vicente que irá con Manel, junto a Miguelito y Miguel con los que iré yo.
De camino al pesquero, nos recibe una lluvia cada vez más intensa. Tras posicionarnos en el lugar elegido, yo me tumbo en el camarote a la espera de que mis compañeros capturen algún pez.
Hay alguna actividad pero las doradas no dan la cara, así que continúo a la espera de que cese la lluvia, pues carecía de ropa de aguas y no tenía intención de llevarme una sobervia mojadura.
 Al fin la lluvia da una tregua y monto el equipo para comenzar a pescar. El primer lance tiene como resultado una picada que me dejó el anzuelo limpio. Poco después de lanzar por segunda vez, nos llegan buenas noticias de Vicente y Manel, los cuales había capturado un par de doradas majas, así que optamos por cambiar de lugar.
En el nuevo emplazamiento, las picadas no se hacen esperar, y Miguel captura la primera dorada de la embarcación. Poco después, clava otro pez que también parece ser una dorada de escaso porte, sin embargo, cuando la miramos platear bajo el agua, nos percatamos que es un buen ejemplar. Entonces el pez comenzó a tirar con fuerza, demostrando su poderío.
Una breve lucha permite que la dorada entre en la sacadera, pero esta se rompe al levantarla y se va al agua, pero con la línea y el anzuelo sujetándola todavía. Al final logré echarla a bordo, con lo que quedaba de la sacadera. Se trataba de un ejemplar excelente, por lo que la euforia reinó en la embarcación.
Lo llamativo del espárido es que tenía una malformación en el pedúnculo de la aleta caudal, la cual le había impedido un desarrollo normal de esta, que además presentaba la falta de un trozo de la parte superior.
 El día ponía muchas caras mientras proseguíamos pescando, pero se mantenía sin liberar agua sobre nuestras cabezas.
Mi caña mostró el signo inequívoco de la picada de una dorada, así que en un instante ya me estaba batiendo con uno de estos espáridos. La mala fortuna quiso que cuando ya estaba bastante cerca de la embarcación, esta se liberase al romper el terminal. No había tiempo para lamentos, así que volvimos a lanzar nuestros cebos al agua.
 Tras un rato sin actividad, las picadas comenzaron a ser muy distintas a las de las doradas. Quizás algún espárido de escaso tamaño. El caso es que al final pude hacerme con dos de esos peces. Eran lubinas de pequeño porte, las que mordisqueaban repetidamente nuestros cebos, dejando los anzuelos limpios en muchos casos.
 Con la mañana avanzada y sin cebo para proseguir la pesca, izamos el ancla y pusimos rumbo a puerto.
Vicente quiso posar con los dos mejores ejemplares de la jornada.
En esta instantánea se puede apreciar el escaso tamaño de la aleta caudal de la mayor de las dos.
 Una vez en el puerto, la mayor de las doradas levantó expectación por parte de algunas personas que allí se encontraban. Supongo que en parte es porque las de piscifactoría las comercializan con mucho menos tamaño y porque sus colores son mucho menos vistosos.
Miguel, el afortunado de la jornada, también quiso posar con las dos piezas mayores.
Después nos fuimos hasta el bar del puerto a reponer fuerzas, pues la mañana había sido un tanto dura en cuanto a la climatología se refiere.
Así pusimos punto y final a otra jornada tras las esquivas doradas.

lunes, 8 de septiembre de 2014

"Paseando" con lubinas en la playa

Ayer tocó jornada playera, con tiempo otoñal en compañía de Manel, Óscar, Micael y Miguel.
La oscuridad nos recibió en absoluto silencio, tan sólo el murmullo del mar se escuchaba a medida que llegábamos al escenario de pesca.
 Caminamos por la orilla, efectuando algunos lances, si bien había zonas con algas, que resultaban muy molestas. Llegamos a un punto de rocas aisladas, con la apariencia de la cabeza de un gigante de piedra dormitando sobre la arena, con pómulo y párpado incluido, como se puede apreciar en la foto, después de realizar los contornos.
Fue al lado de este lugar donde Manel capturó su primera lubina. Un pez de escaso porte y librea muy clara atacó a su paseante, quedando prendida hasta recuperar su libertad, poco después.
A continuación repitió el proceso. Señuelo al agua y ataque en superficie.
Mientras observaba las evoluciones de mi paseante, observé un ataque fallido. Manel ejecutó un lance cercano y capturó su tercera lubineta.
 Otra lubina atacó mi paseante poco después, sacando un poco de línea del carrete, pero la mala fortuna hizo que esta se liberase de una cabezada.
Manel continuó con su marcador de capturas, logrando una nueva pieza.
 Óscar, Micael y Miguel llegaron hasta nuestro lado. Para aquel entonces, Miguel había capturado 4 lubinas de poco porte.
Volvimos sobre nuestros pasos y Manel volvió a triunfar con otra captura. La suerte estaba de su lado o nos había dado la espalda a los demás.
Caminando por la arena, encontré una piña de mejillones con una buena porción de sedales gruesos en los que había unas gafas de buceo y en la que Micael encontró un Xorüs Patchinko 100 nuevecito, con los triples algo deteriorados. Mi compañero se dispuso a cambiarle los triples por los de otro señuelo. Mientras, Óscar capturó su primera lubina desde unas rocas aisladas en la arena.
Caminando por la arena encontré un Savage Gear Sandeel, con el anzuelo oxidado.
Poco  después Micael se estrenó con el paseante que había encontrado momentos antes y fue el momento en el que Óscar se despidió de nosotros.
 Ya sólo quedaba yo por tocar escama, y al final una lubina se quedó prendida del triple de mi Patchinko.
Lo gracioso es que cuando la solté, esta se empeñaba en nadar hacia la orilla, quedando en seco varias veces. Cuando al fin puso rumbo al mar abierto, Miguel clavó una lubina con vinilo, en la misma trayectoria en la que la lubineta liberada se había marchado, por lo que pensamos que se trataba del mismo pez.
 Más adelante noté algo en el extremo de mi línea y clavé con velocidad. Luego pude comprobar que se trataba de un diminuto sargo que posó sobre la arena para la foto, antes de ser liberado. Y precisamente en esa arena encontré un pequeño minnow, que pasó a engrosar la lista de "tesoros" que nos encontramos en la playa.
Manel aún tuvo tiempo de engañar alguna lubina más, antes de ir a  tomar algo.

Después, cervezas y refrescos, acompañados de navajas de la ría, fueron amenizando la velada de tertulia, hasta la hora de comer.
Por la tarde, Micael y yo probamos fortuna en una zona cercana, antes de poner rumbo a casa.
Mi compañero clavó una caballa con el paseante, aunque esta se liberó con sus movimientos acelerados. Por mi parte tuve un par de ataques en superficie, que se quedaron en eso, ya que no hubo opción de clavar pez alguno.
Tras un par de bocadillos de pulpo y jamón asado, nos hicimos a la carretera para volver a casa.