sábado, 26 de julio de 2014

Lubinas, aguja, abadejo y demás

La cena del viernes con unos amigos se prolongó hasta tarde, así que me acosté a la 1:30 am.
A las 3:30am ya estaba en pie para salir hacia Rianxo, donde me esperaba Manel.
Recogí a mi anfitrión y pusimos rumbo a la playa. No nos convenció mucho la primera opción, así que cambiamos de playa. El nuevo arenal lo descartamos en pocos minutos, así que nos decantamos por ir a las rocas.
 El nuevo escenario presentaba unas características buenas, aunque también había restos de algas pululando por el agua. Aún así, una lubina encontró apetecible mi Max Rap de 13 cm, y con esta tuve un tira y afloja en un lugar un poco complicado. Al final salió y tras la foto se fue al agua.
 Más tarde me acerqué a las rocas donde se encontraba mi compañero. Allí capturé una aguja que me costó liberar, ya que no tenía el alicates encima. Ya no hubo foto, porque no quería prolongar su estancia fuera del agua.
A continuación, logré clavar un robalo a bastante distancia, pero cuando ya le miraba la cabeza fuera del agua, logró liberarse de los triples. Me lamenté de la mala suerte del lance, pues la zona era bastante cómoda para trabajar la pieza.
 Cambié nuevamente de lugar y capturé un abadejo de escasa talla. Cuando me disponía a levantarlo, se soltó, por lo que me libró de una tarea más.
Y desde el mismo puntó sentí como otro pez tomaba el engaño. Se trataba de una lubineta, poco más grande que el señuelo. Tenía clavados dos de los anzuelos del triple trasero, por lo que me resultó fácil su liberación.
Cuando me reuní con Manel, este me dijo que había capturado una aguja y entonces sugerimos un cambio de escenario.
Después de un café, elegimos una zona cercana a un puerto, donde probaríamos unos paseantes. Giant Dog, Live Wire, Spittin´Wire, Patchinko, etc.
Durante estas fases de prueba, tuvimos sendos ataques por parte de las lubinas, aunque estas no se quedaron enganchadas. Un poco después, otra lubina atacó mi paseante, pero con la fortuna de las anteriores.
Observando la orilla, divisamos cardúmenes de pequeños peces. Estos sargos de unos centímetros me encantaron, ya que son miniaturas de los que muchos pescadores ansiamos en nuestras jornadas con el corcho.
La salida no dio para mucho más porque el sueño ya podía conmigo, así que unas cervecitas y para casa.

miércoles, 23 de julio de 2014

Pesca fina

Hoy me decidí a programar una salida fugaz tras los basses, pues este año los tenía abandonados.
Quedé con Esteban en un embalse en el que intentaríamos capturar alguno de estos centrárquidos.
Mientras me cambiaba, me dí cuenta de que la cosa no prometía, pues había un viento molesto y una niebla comenzó a descender desde las cumbres de los alrededores.
 En esta ocasión, llevaba un 0,16 mm en la bobina del carrete, por lo que tendría que regular muy bien el freno.
Me limité a hacer lances en zonas muy concretas, pues me gusta más el reto de pescar a pez visto.
 En una zona de juncos saqué el primer bass de la jornada. Era un pequeño ejemplar, que disfruté gracias a la ligereza del equipo. Poco después picó otro, pero no logré clavarlo correctamente.
 Prospecté esta zona a la espera de que algún ejemplar mayor estuviera de ronda.
Más adelante engañé al segundo de la jornada, con la ayuda de una lombriz de vinilo.
 Cuando estábamos pescando sobre el antiguo cauce del río, mi compañero avistó algunos ejemplares de porte, así que puse un Ika de Gary Yamamoto en el anzuelo. Con este vinilo logré mover a un par de basses grandes, pero no llegaron a atacar el señuelo.
 Volví a cambiar, colocando nuevamente una lombriz. 
Bajo las ramas de un árbol muy alejado, clavé otro pequeño bass que fui acercando con cautela, pues la vegetación del fondo me podría romper la línea.
A continuación otra clavada, pero el bass se soltó en los primeros instantes de la lucha.
Escuché a Esteban en la distancia y luego los chapoteos inequívocos de una captura.
Había capturado un bass con un vinilo DOA, montado con una pequeña cabeza plomada.
Desde su lado, clavé otro bass en la orilla opuesta. Esté se acercó defendiéndose con sus típicos saltos.
Avanzando un poco más localicé un buen par de basses, en torno al kilo de peso. Lancé bajo unas ramas para que la presentación fuera más natural y uno de ellos tomó el engaño sin dudarlo, pero en el momento de la clavada, debió tirar en sentido opuesto, porque el hilo partió limpiamente al instante. Sabía que el 0,16 mm era un diámetro temerario en este tipo de pesca, pero si hubiera peleado con el bass, la batalla sería épica.
La próxima vez, espero que la balanza se decante de mi lado jejeje.

domingo, 20 de julio de 2014

Pesca extrema en las alturas

José Antonio y yo teníamos pendiente un reto, y en esta ocasión quisimos llevarlo a cabo.
El desafío consistía en pescar un tramo que ya conocía, pero con la dificultad añadida de que intentaríamos llegar más lejos que nunca. Esto implicaba que una vez en el lugar, hubiera algún sitio por el que salir, ya que se trata de un tramo de río salvaje en toda regla.
El Google Earth te permite calcular el itinerario y ver el perfil por el que nos íbamos a mover. Sin embargo no te indica nada de las piedras resbaladizas, el tojo, las zarzas o de los bañistas que nos íbamos a encontrar por el lugar.
 Al poco de comenzar observé un lagarto verdinegro al que le eché el guante para fotografiar, si bien su actitud amenazante me dio a entender que no le hizo gracia jejeje.
 El sol implacable en lo alto del cielo, calentaba las rocas hasta puntos verdaderamente molestos al tacto.
Las aguas estaban tan claras que podíamos ver las pintonas a bastante distancia, si bien ellas hacían lo mismo.
Nos encontramos varios bañistas en el río, puesto que el día invitaba al baño o simplemente a tomar el sol.
 Le comenté a mi compañero que en este río hay innumerables marmitas de gigantes. Unas perfectamente circulares con más o menos profundidad, algunas enormes y hasta pudimos encontrar a dos de estas formaciones, comunicadas entre sí.
 En los pozos profundos se divisaba alguna trucha de buen tamaño. Intenté engañar alguna con un vinilo montado sobre una cabeza plomada. El interés inicial parecía ser buena señal, pero los restantes lances no hacían que los peces tomasen el engaño.
 En las orillas del tramo hay vestigios de molinos y de un puente, que han ido manteniéndose a lo largo de las décadas. La necesidad de la gente para lograr el sustento, les hacía aventurarse en zonas inhóspitas.
 Las sombras comenzaron a ganar protagonismo. En ese momento empezaron las picadas por parte de los peces y en ese preciso instante estábamos cerca del lugar más lejano al que había llegado, unos 20 años atrás.
 Sin embargo los problemas de otras veces volvían a nosotros. Peces extremadamente bravos que se defienden con agilidad, repitiendo saltos fuera del agua.
 Pero no todo iban a ser malas noticias. Al final comenzamos a llevar algunas capturas hasta nuestras manos. Pintonas que crecen con lentitud a base de sustentarse de lo poco que ofrece la roca desnuda del cauce.
Llegó el momento en el que el sol desaparecía tras las cumbres. Esto me preocupaba, porque no teníamos salida desde el río. Tocó caminar río arriba, haciendo los lances justos, pues por encima de todo, era necesario encontrar un camino.
Nos topamos con un cartel que señalizaba el límite inferior de un tramo libre sin muerte, y junto a él, un arroyo de escasa entidad. Dicho cauce nos proporcionaría la salida, así que lo seguimos mientras pudimos.
 Al final, hubo que pincharse y sudar de lo lindo ladera arriba para llegar hasta la carretera. Desde ahí ya sólo sería caminar hasta el coche que nos esperaba un par de kilómetros más abajo.
Una auténtica odisea, para nosotros, pues no contábamos con el tiempo suficiente.
 En estas cumbres la luna se percibía más grande de lo normal, por lo que quise inmortalizar el momento.
Al final fueron poco más de 4 kilómetros de recorrido que nos ayudaron a coger algo más de fondo de cara a las jornadas de pesca en el mar y que nos regalaron con bellas y bravas truchas.


Os recomiendo ver el vídeo en HD y con el volumen no muy alto jejeje.

             

jueves, 17 de julio de 2014

Un alumno motivado

Hace unos días Esteban me comentaba que quería ir a los basses, sin embargo el día ventoso no me animaba demasiado. Por ello le sugerí que viniera a pescar truchas con José Antonio y conmigo. Este aceptó la propuesta, así que nos fuimos a un escenario que califico de complicado, por la dificultad de algunos lances y porque las truchas son altamente asustadizas.
 Tras montar los equipos, José Antonio le explicó a Esteban el lance de ballesta. Yo hice lo propio con el lance de péndulo. Finalmente, nuestro invitado optó por el primero.
A continuación, unas nociones básicas de dónde se debe lanzar, cómo hacer evolucionar el señuelo correctamente y cómo presentar los señuelos en distintas zonas.
 Lo cierto es que me dediqué más a controlar a Esteban que a la pesca en sí, pues estaba seguro que si capturaba una trucha aquí, se llevaría un gran recuerdo.
Alguna picada tuvo, pero como le dije, las truchas aquí juegan en otra división.
 Las corrientes podían dar alguna alegría, pero las truchas aquí son extremadamente bravas. Si a esto le sumamos que los señuelos tenían un sólo anzuelo y sin muerte, pues añadimos un plus de dificultad, por lo que llevarse una trucha a la mano es todo un reto.
 Agazapado y ejecutando los lances cada vez con más soltura, Esteban fue aumentando sus posibilidades.
Hubo que probar con otros colores en los señuelos, si bien los resultados fueron los mismos.
 Cuando ya estábamos cerca de la mitad del recorrido, opté por tratar de hacerme con alguna pintona.
Y tuve suerte en esta empresa, ya que la que picó se defendió con grandes saltos, descolgándose río abajo.
Era una truchita, que por otro lado, son las más bellas.
Tras la foto, volvió a su medio, para proseguir con la jornada.
 
 Pudimos observar algunos insectos por las inmediaciones, por lo que le comenté a José Antonio que debía probar suerte con un aparejo de moscas.
Las aguas claras dificultaban el ejercicio de la pesca, aunque eran un gozo para los sentidos.
Finalizamos la jornada con la certeza de que Esteban había quedado maravillado por el entorno y la técnica, pues el lance a ballesta le valdrá para un montón de situaciones en las que otros tipos de lance más comunes no tienen cabida.
!!Ahora a seguir practicando, compañero¡¡

              

domingo, 13 de julio de 2014

Impresionante jornada de pesca

El domingo volvimos al escenario de la semana anterior. Un pensamiento dorado se apoderó de mí, mientras conducía hacia casa de Manel. Con un poco de suerte podíamos repetir la jornada tras las doradas.
Entonces no tenía ni idea de las emociones que nos aguardaban ...
(foto tomada al final de la jornada)
En esta ocasión fuimos Manel, Miguel ( a quién no conocía) y un servidor.
Una vez llegamos al pesquero con la lancha, dispusimos el material y comenzó la espera.
Tras un buen rato con las punteras de las cañas sin anunciar actividad, comenzó el baile.
Manel y yo fuimos los primeros en sentir las doradas al otro lado de la línea, con sendas piezas al otro lado de las líneas. Sin embargo, carecíamos de sacadera, por lo que mi pieza se perdió cuando nos disponíamos a levantarla. Manel fue más avispado y logró echarla a bordo (1).
A continuación, otra picada para mí. Mientras recupero línea, uno de los cabezazos de la dorada rompe el bajo de línea y me quedo con la miel en los labios.
Manel comienza a tomar ventaja con otra captura más. La veteranía se impone y eso había que tenerlo presente (2).

Una dorada mordisqueaba mi cebo, pero Miguel se adelanta a clavar una dorada que hacía lo mismo.
Era su primera cabezona, así que había que posar, dándole el beso de rigor jejeje.
Me encantó ver la cara de alegría de este joven, ya que vivió la captura en todo momento (3).

(foto tomada al final de la jornada)
La siguiente me tocaba a mí. Cuando fue el momento de clavar, lo hice con energía. Luego ajusté el freno del carrete, para dar un poco de margen al pez. No quería perder otra pieza. De esta manera llegó mi primera dorada de la jornada (4).
Nuevamente, una dorada se abalanzaba sobre mi cebo, para después clavar con firmeza. El combate que me brindaba era espectacular, por lo que lo disfruté al máximo (5).
El hecho de carecer de sacadera, me preocupaba cuando el pez se acercaba a la embarcación, pero al final fuimos resolviendo la papeleta.
Era el turno de Manel, el cual sacó la mayor pieza hasta el momento. Su equipo se comportaba de manera impecable y no tardó en acercarla e izarla a bordo (6).
(foto tomada al final de la jornada)
Ahora las cabezonas sólo hacían caso a los cebos de Manel, así que le tocó lidiar con una nueva dorada, que también dio con sus escamas en la cubierta de la embarcación (7).
Pero todas las rachas terminan y ahora fue el turno de Miguel, que como en la anterior ocasión, resolvió sin complicaciones (8).
Unas tímidas picadas me indicaban que mi cebo había llamado la atención de un nuevo pez, sin embargo, en esta ocasión se trataba de una osada lubineta, que tras la foto volvió a su medio.
Manel volvió a la senda del triunfo y se hizo con otra pieza más. En esta ocasión de menor porte que las anteriores (9).
Después Manel y yo fuimos sacando algunas doradas más (10, 11 y 12). Dos de ellas las sacamos con la ayuda de un cubo jejeje.
La dorada número 12 fue la que se comió el último cebo que nos quedaba, por lo que tocaba volver a puerto.
 Mientras recogíamos los aparejos y las cañas, Miguel observó la sacadera en un lateral de la embarcación. Estuvimos tan ciegos con la actividad de las doradas, que no pudimos ver el útil que nos hubiera salvado dos doradas más. Nos lo tomamos con mucho humor, pues habíamos triunfado por la mañana.

A la hora de la comida, Manel se tuvo que ausentar, pero por la tarde Miguel y yo contaríamos con dos nuevos tripulantes. Eran Roberto y Miguel, los cuales nos ayudarían a recolectar algo de cebo tras la comida.
Una vez con el estómago lleno y el cebo a buen resguardo, nos subimos a la embarcación y pusimos rumbo a la zona de pesca.
 La actividad de la tarde no tenía que ver con la de unas horas antes. Los peces no comenzaron a picar hasta bien entrada la tarde. Permanecí con la caña en la mano todo el tiempo y así percibí una leve picada. En cuanto tuve la oportunidad, clavé como había hecho en otras ocasiones con Walter.
 Un poco más tarde, sugerí que si le picaba una dorada a Miguel, esta le podía llevar la caña. Mientras lo decía sentí una violenta picada y clavé raudo. Comencé la pelea con el pez, pero instintivamente, de dije a Miguel (que se incorporó por la tarde) que cogiera la caña y que la sacara él.
Con muy buena mano, este logró acercar al pez hasta la embarcación, para luego izarla con ayuda de la sacadera.
Más tarde Miguel (compañero de la jornada matinal) sacó una lubineta pequeña. Esta lo había mareado durante un rato, hasta que fue capaz de clavarla.
Poco después, él mismo sacó una dorada, que picó por sorpresa, mientras le comentaba que fingiera una clavada, para alertar a un amigo suyo, que estaba en una embarcación cercana. Fue una situación de lo más cómica.
El otro Miguel se hizo con un sargo en los últimos lances, el cual fue bien recibido a bordo.
Por su parte, Roberto no tuvo la suerte de cara, pero yo se lo achaco a que horas antes había capturado un robalo de 7.4 kilos, por lo que Neptuno ya lo había recompensado de sobra jejeje.

Sin duda fue un gran día de pesca, de esos que no se olvidan nunca. 15 doradas que nos brindaron espectaculares lances de pesca. Ahora ya sólo quedaba degustarlas jejeje.

martes, 8 de julio de 2014

Algunos años después

Una pega que le pongo a veces a la pesca es conocer nuevos escenarios, modalidades o especies, ya que esto me quita tiempo para visitar lugares de toda la vida, practicar la pesca en la que me inicié o intentar engañar especies que me hicieron vivir grandes momentos.
En este caso particular, tocaba volver a un lugar muy especial, pues fue aquí donde crecí como pescador, en un ambiente privilegiado y que puede poner a prueba la física de cualquiera que se atreva a pisar sus orillas.
Mi amigo José Antonio no lo conocía, por lo que ejercí de guía con mucho gusto, ya que podía rememorar la gran cantidad de lances que aquí tuvieron lugar.
 Y es que la naturaleza se esmeró con este rincón de la geografía gallega. Se trata de un río "rompepiernas"que pone al límite a cualquiera que quiera conocerlo un poco. Recorrer un kilómetro de un río así, nos lleva un buen rato, ya que el desuso de algún molino cercano y el abandono del pastoreo, han hecho que sus orillas sean prácticamente inexpugnables.
Si a esto, le añadimos un tiempo caluroso, con un grado de humedad alto, tenemos un tándem perfecto para no dedicarle muchas horas de pesca.
 El hecho de que el hombre haya puesto sus manos sobre este río, han provocado que lo que yo recuerdo, sea muy distinto a lo que nos podemos encontrar hoy en día.
Las bogas fueron los primeros peces en ser capturados en esta jornada. Con los años han ido ascendiendo río arriba desde un embalse cercano, al carecer de grandes obstáculos que impidan su migración.
 Pero en las zonas de aguas más batidas, se encuentra el verdadero tesoro de sus aguas. Truchas altamente asustadizas, que crecen parsimoniosas a causa de la escasez de alimento invernal y con libreas que provocarían la envidia de sus primas de repoblación.
 Pude engañar algunas pintonas a medida que pescábamos en sus aguas. Además de su bravura, destaco su desconfianza a la hora de atacar un señuelo. Las zonas de corrientes o pequeñas pozas suelen ser muy buenas, ya que los peces no dispondrán de mucho tiempo para pensar si atacar o no.
 En esta impresionante tabla, pudimos ver algunos ejemplares de buen porte, que ya se echaban de menos. El hecho de que haya bogas en estas aguas, hace que muchos pescadores de cebo desistan de aventurarse por aquí, cosa que no ocurría antaño.
 La exuvias de odonatos y pérlidos abundan en esta época por las rocas que hay desperdigadas por el cauce. Las ninfas de las libélulas, son conocidas aquí como "besbellos" y son uno de los mejores cebos naturales a la hora de buscar las grandes truchas.
 El río discurre con un buen caudal, gracias a las lluvias de estos días. Sin embargo, en el verano, el río desciende bruscamente, ya que estamos a pocos kilómetros de su nacimiento.
 Pudimos ver varios ejemplares de lepidópteros, tales como la mariposa limonera o este pavo real, que tardé en fotografiar, ya que parecía no gustarle posar delante de la cámara.
 Con el paso de la tarde, pudimos engañar algunas pintonas más, aunque el tema de retratarlas se volvió un tanto difícil, ya que apenas notaban su libertad y daban un coletazo para abandonar nuestras manos.
 Durante la tarde recorrimos un tramo de unos 800 metros. Si queríamos una salida cómoda, teníamos que recorrer 3 kilómetros más. Así que tocó caminar por la ladera de la montaña hasta una pista que hace años encontré con otro compañero de pesca. Descender por el cauce se hace pesado y un tanto peligroso, ya que la vegetación oculta amplias zonas de cantos rodados y las abundantes marmitas de gigante. Tras recorrer la pista forestal, descendimos por otra ladera hasta llegar nuevamente al cauce. Luego tocó recorrer un pequeño tramo de río, para finalmente hacer el último esfuerzo hasta alcanzar el coche.
Fue una jornada de grandes recuerdos, la cual me vino muy bien para pensar en los orígenes de mi pasión por la pesca.

Y este domingo 13 de Julio se celebra la III Quedada a Spinning Nordés.

http://www.nordes.es/inicio/


viernes, 4 de julio de 2014

Tarde de doradas y algo más

CONTINUACIÓN ...
Después de comer, Manel y yo teníamos que reunirnos con Sergio. Con él, nos iríamos a pescar doradas desde embarcación.
En el puerto pude divisar algunas lubinas, que según nos comentó nuestro anfitrión, no hacían caso a los señuelos que se le ofrecían.
Ya centrados en la pesca de la dorada, pusimos rumbo a la zona de pesca.
 Organizamos el material y en poco tiempo ya estábamos pescando. Manel fue el primero en estrenarse con las cabezonas. Su tándem de galeras, funcionó en un tiempo récord.
La segunda también sucumbió a la galera de Manel, pero fue Sergio quién se encargó de sacarla.
Nuestro compañero comprobó la potencia de estos espáridos una vez han picado. Las carreras y violentas sacudidas hicieron que el equipo se empleara a fondo.
 Era la primera dorada que sacaba Sergio, por lo que estoy seguro que no olvidará la épica lucha que el pez le proporcionó.

El siguiente en tocar escama fui yo. Un pequeño cangrejo montado con un sólo anzuelo, despertó el apetito de otra cabezona, que se defendió con toda la potencia que cabía esperar.
Hubo tiempo de hacer un doblete, si bien la que Sergio acercaba se quedó por el camino. Manel tuvo más fortuna y su ejemplar llegó hasta la sacadera.
Bellos colores para otro combativo pez.

Me tocó a mí nuevamente hacerme con otra cabezona. No apuré la captura en vista de que todavía estaba con fuerzas. Regulé el freno del carrete e intenté asegurar la dorada. Finalmente todo se resolvió a mi favor.
Hubo algunas picadas fallidas, que hicieron que el cebo comenzara a escasear. Pero tuvimos tiempo para lograr otro doblete. La dorada que yo trataba de acercar se soltó durante la lucha, pero la de Sergio llegó hasta la embarcación y pudimos subirla a bordo.
Llegó la hora de marchar, pues había que recorrer un buen trecho hasta puerto. El balance de la jornada era muy positivo, ya que todos habíamos tocado escama. 6 doradas en pocas horas, es un buen motivo para volver pronto.
Aprovechamos para cenar en un bar cercano, pues había mucho que comentar sobre el día. La mañana tras las lubinas y la tarde con las doradas como protagonistas. Al final nos dieron las uvas y tuvimos que despedirnos hasta la próxima.

Llegué a casa a las 3:00 am. Casi 24 horas sin dormir. Sin embargo, a las 7:00 am ya estaba a pie para ir a pescar con Walter. Tuve que hacer una parada obligada durante el camino, pues el sueño me sometía a su voluntad y no era cuestión de llevarme un susto.
Por la tarde intentamos capturar alguna lubina, ya que el mar no estaba muy propicio para tentar a la dorada.
Tuve un ataque a mi paseante al poco tiempo de comenzar. Repetí el lance sobre la misma zona y miré como una lubina tomaba sin recelo mi señuelo. La acerqué y la liberé, pues se trataba de una lubina de pequeño tamaño.
La gran cantidad de sardinilla que rondaba por la zona hizo imposible que engañáramos alguna lubina más en aquel lugar. Por ello, Walter cambió de zona, para probar fortuna con los vinilos.
Sin embargo, la reina de las espuma se encontraba esquiva.
Regresamos a puerto, para luego ir a cenar y ver el partido del mundial de esa noche, ya que el cuerpo ya pedía una tregua.